Hoy subirse a un avión en cualquiera de los aeropuertos canarios es un hecho tan usual que casi no le damos importancia. La conectividad aérea del Archipiélago es un aspecto fundamental en nuestros días, pero tenemos que tener claro que viajar en avión para los canarios no fue una actividad frecuente hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX.
Desde tiempos remotos el sueño de volar ha formado parte de los deseos más ansiados de la humanidad. Los grandes inventores de la Antigüedad se esforzaron por construir artilugios que se levantaran del suelo. Ya en el Renacimiento, Leonardo da Vinci, considerado el primer ingeniero aeronáutico de la historia, también lo intentó. Pero no fue hasta el descubrimiento en el siglo XVIII de la aerostación, con la elevación de globos por medio de aire caliente, cuando los hombres despegaron del suelo de forma efectiva, aunque de manera poco fiable. Durante el XIX, siglo de grandes avances técnicos y científicos, se perseveró en construir máquinas capaces de volar, pero no fue hasta el 17 de diciembre de 1903, cuando los hermanos Wright se convirtieron en los primeros en realizar un vuelo mediante un avión controlado. La navegación aérea, después de numerosos fracasos, empezaba a conquistar los cielos.
Parece demostrado que la primera elevación aerostática en España vino de la mano del ingeniero tinerfeño Agustín de Bethencourt y Molina (Puerto de la Cruz, 1758-San Petersburgo, Rusia, 1824). Este genio hizo despegar el 29 de noviembre de 1783 un globo aerostático en la casa de campo del Infante don Gabriel, asistiendo al extraordinario evento el propio rey Carlos III y otras importantes personalidades. Ese mismo año, otro canario, máximo exponente de la Ilustración en las Islas, José de Viera y Clavijo (Los Realejos, Tenerife, 1731-Las Palmas de Gran Canaria, 1813), muy interesado en todo avance científico, exaltaba en un poema titulado La Machina Aerostática, el ingenio de elevar artefactos por medio de aire caliente.

El primer globo que se elevó en Canarias lo hizo en marzo de 1820 en Santa Cruz de Tenerife, durante las fiestas con motivo de la creación del obispado Nivariense. Algo más tarde, similar atracción se vería junto a la Alameda, en el Circo Gallera Cuyás, en Las Palmas. Tenemos noticias del intento en 1871 de un científico peninsular afincado en Santa Cruz de Tenerife, Celestino Lozano, de formar aquí una sociedad destinada a conseguir fondos para acometer un proyecto de máquina voladora que nunca llegó a cuajar. Con todo, el espectáculo de los artilugios voladores prosiguió a lo largo de todo el siglo XIX. En 1886 se pudo ver la ascensión de un nuevo globo, esta vez tripulado por un tal Capitán Infante, que despegó desde los terrenos cercanos al edificio recién inaugurado de la Capitanía General de Canarias de Santa Cruz de Tenerife. El aparato portaba un pequeño cañón con el que disparaba desde las alturas. Otra exhibición de este tipo se produjo en 1894, cuando Jaime Campany, «deportista» y profesor del colegio de San Agustín de Las Palmas, bajo el nombre artístico de Guillaume, se elevó en un globo desde la Plaza de Toros de Santa Cruz; era una de las atracciones del famoso por aquel entonces Circo Totti. Dos años más tarde repetiría experiencia en Arucas. Este personaje volvió a realizar en 1910 un nuevo vuelo desde los terrenos de El Potrero en Guanarteme, hasta las inmediaciones de Telde, donde el globo se estrelló contra el suelo, resultando su ocupante herido leve.

El primer aeroplano que surcó los cielos de Canarias lo hizo en la primavera de 1913, menos de una década después del vuelo de los hermanos Wright. Fue en un espectáculo de pautas circenses que se desarrolló bajo el nombre Fiesta de la Aviación. En él, Leonce Garnier, piloto francés afincado en España, realizó algunos vuelos en un rudimentario aparato Bleriot, avión que fue trasladado a las Islas en barco desde Cádiz. Los numerosos espectadores que se dieron cita, tanto en las funciones de Las Palmas como de Santa Cruz de Tenerife, quedaron estupefactos ante lo que vieron en el cielo.

Pero el primer artefacto que llegó en vuelo a Canarias lo hizo a finales de 1919. Se trataba de un hidroavión pilotado por el francés Henry Lefranc que amerizó el 22 de diciembre en la barra externa de la playa de El Reducto de Arrecife, en Lanzarote. Venía de Agadir en viaje desde Tolón, Francia, tras haber realizado varias escalas en puntos intermedios. Dos días después de su llegada a Lanzarote se desplazó hasta el Puerto de La Luz en Las Palmas, para desde ahí proseguir hacia su destino final: Dakar, Senegal. Comenzaba así el tiempo de los hidroaviones que durante la década de los veinte del siglo pasado utilizaron los puertos capitalinos canarios como bases para sus operaciones de amerizajes y despegues en sus rutas transcontinentales. Tal fue el caso de la escala del Plus Ultra en 1926 en Las Palmas en el primer viaje aéreo que unió España con Sudamérica.

Un intento serio de las autoridades españolas por conectar por vía aérea el territorio continental español con las islas Canarias se produjo en 1924 con el llamado raid Península-Larache-Canarias. Una cuadrilla de aviones militares procedentes de la Península realizó un viaje muy accidentado que duró casi dos semanas debido a múltiples inconvenientes (averías técnicas, malas condiciones atmosféricas, etc.). Los aviones aterrizaron por fin, primero en Gran Canaria y luego en Tenerife, tras haber realizado diversas escalas en las por aquel entonces posesiones españolas del norte de África. Fue una primera y accidentada tentativa que no tuvo continuidad.
Durante los primeros años de la década de los treinta aparecieron en los cielos de Canarias unos nuevos aparatos voladores. Era el tiempo de los grandes dirigibles. Estos espectaculares zepelines en su ruta hacia Brasil y Argentina no pararon nunca aquí, pero su travesía por encima de las Islas fue siempre un acontecimiento digno de admirar.

En 1943 finalizaron las obras de construcción de la terminal de pasajeros del aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, cuyo primer vuelo había aterrizado allí en 1929; y entre 1944 y 1946 se construyó el edificio terminal de pasajeros de Gando, en Gran Canaria, aeródromo que venía siendo utilizado desde comienzos de los años treinta. Tras la Guerra Civil española y el final de la Segunda Guerra Mundial, la aviación avanzó de forma efectiva. La compañía estatal Iberia estableció entonces un servicio aéreo interinsular entre las dos islas capitalinas y, en 1946, enlaces periódicos con Madrid.

Con el paso del tiempo los avances tecnológicos se aplicaron sin descanso en el pujante mundo del trasporte por aire. Canarias, en pleno impulso del turismo internacional, se vio cada vez mejor comunicada con variados destinos europeos a través de un amplio surtido de líneas aéreas, tanto por medio de vuelos regulares como de chárteres.

Hoy la aviación y el transporte aéreo es consustancial al devenir económico y social de todo el Archipiélago, por lo que no se escatiman esfuerzos en modernizar infraestructuras, incorporar nuevas tecnologías y abrir nuevas rutas.
Si quieres conocer algo más acerca de cómo empezó todo y cómo fueron los primeros momentos de la aviación en las Islas, te invitamos a visitar los siguientes enlaces:
Las Palmas:
El primer vuelo en Gran Canaria
Primer avión en llegar a Las Palmas
Graft Zeppelin sobre Las Palmas
Santa Cruz de Tenerife:
Primer avión. Fiesta de la Aviación