Hoy en día no podemos imaginar nuestras vidas cotidianas sin la energía eléctrica. Hace más o menos ciento treinta años las cosas eran muy diferentes; cuando caía la noche lo habitual en las casas canarias era el uso de la palmatoria, el velón o el quinqué; y en las calles: los hachones, las mechas de aceite, los faroles de reverbero, la belmontina o las lámparas de gas.
La llegada de la electricidad a Canarias y su uso generalizado se produjo en la última década del siglo XIX, tiempo en el que se importaron grandes avances técnicos. Por aquel entonces los principales puertos canarios vivieron un auge sin precedentes, gracias a la recalada de las flotas comerciales de las potencias europeas en escala hacia sus colonias. Eran tiempos de carboneo y del establecimiento en nuestras ciudades de compañías extranjeras con intereses comerciales. Tiempos de consolidación de una burguesía mercantil isleña enriquecida por la exportación de productos locales y, a la vez, de la creación de una clase social trabajadora y obrera. Tiempos, a pesar de todo y para muchos, de miseria y de estragos por las epidemias, pero también de grandes avances en infraestructuras (puertos, carreteras, señales marítimas), en comunicaciones (telégrafo, teléfono) y en transportes (vapores, tranvías, locomotoras de carga, automóviles, camiones y guaguas). También fue el momento del primer desarrollo turístico, con la construcción de establecimientos hoteleros; y además, de la aparición de nuevos entretenimientos sociales tales como: el cinematógrafo, los deportes, los clubes sociales, etc. En definitiva, tiempos de avances en los que la instalación de la luz eléctrica parecía iluminar el camino por el que el progreso se adentraba a toda máquina en el siglo XX.
El uso de la electricidad era ya conocido desde comienzos del siglo XIX en la islas, aunque como efecto lumínico para espectáculos de variedades y casi como un elemento sobrenatural. Fue en Santa Cruz de La Palma, durante la Nochevieja de 1893, cuando por primera vez en Canarias se puso en funcionamiento el que sería el primer alumbrado público. A finales de 1894, La Orotava fue la segunda población con contar con luz eléctrica en sus calles y, un año más tarde, le tocó el turno a Arucas.
En Santa Cruz de Tenerife la iluminación pública se había intentado desde finales del siglo XVIII. En 1846 se instalaron un número razonable de puntos de luz con lámparas que funcionaban con aceite. Hacia 1863 se introdujo como combustible la belmontina, un refinado del petróleo. Algo más tarde aparecieron las lámparas de gas. La primera demostración palpable del poder de la electricidad en Santa Cruz se produjo el 25 de mayo de 1881 con motivo de las fiestas conmemorativa del tricentenario de Calderón. Esa noche se encendieron varios arcos voltaicos en el centro urbano, abriendo a partir de entonces un apasionado debate sobre qué tipo de alumbrado instalar en la ciudad: gas o electricidad. Al final no hubo dudas; el 7 de noviembre de 1897 se inauguró el alumbrado eléctrico de la entonces capital de Canarias. El primer cliente particular fue el Casino, que encendió sus lámparas eléctricas por primera vez en un baile celebrado el 29 de noviembre. A partir de ese momento, primero de forma modesta y algo más tarde con mayor profusión, se establecieron nuevos puntos de alargue del tendido por los distintos ensanches. Incluso se contó con una embarcación en el puerto que funcionó como central eléctrica para poder cubrir la demanda.
Las Palmas había tenido una primera prueba de iluminación eléctrica en 1870 en la plaza de Santo Domingo, aunque la inauguración definitiva del servicio de suministro eléctrico se produjo el 10 de junio de 1899. Fue de la mano de la Sociedad de Electricidad de Las Palmas (SELP), fundada por Eusebio Navarro, con capital y tecnología belga. Ese día, señalado en la prensa local como “un paso más en el desarrollo de los grandes progresos humanos”, un grupo de personas relevantes y autoridades partieron desde la Plaza de Santa Ana hasta la de la Feria, lugar donde se había levantado la flamante central eléctrica. Allí, junto a los acordes de una banda de música, el alcalde, Fernando Delgado Morales, movió la palanca que dio lugar al encendido de las calles Obispo Codina, Plaza de Santa Ana, calle de Triana y pocas más. El Puerto de La Luz tendría que esperar hasta 1910 para contar con su alumbrado.

Los primeros treinta años que siguen a la inauguración de la luz eléctrica en las dos capitales canarias fueron complicados tanto para las compañías suministradoras como para los consumidores. La demanda no era satisfecha y la calidad del material empleado en la industria (transformadores, cables, etc.), dejaba mucho que desear, lo que provocaba numerosos cortes en el suministro. Con todo, a partir de los últimos años de la década de los veinte, nuevas empresas eléctricas (CICER y UNELCO) consolidaron el sector, primero en las ciudades y mucho más lentamente en el resto del territorio.
La llegada de la electricidad a Canarias supuso una enorme revolución. Hubo cambios en el aspecto urbano, con nuevas farolas, torres y cables; pero sobre todo donde se dejó notar la variación fue en los usos y costumbre de la gente, con profundas transformaciones de gran calado social.
Si quieres saber algo más sobre la llegada de la luz eléctrica a nuestras principales ciudades, te invitamos a visitar los siguientes puntos:
Santa Cruz de Tenerife:
- Museo de figuras de cera
- La fábrica de la luz
- La fábrica de gas
- Estación eléctrica de Salamanca
- Estación eléctrica del Barrio de los Hoteles
- Estación Eléctrica del García Sanabria
- Transformador eléctrico de Cruz del Señor
- El Barco de la Luz
- Transformador eléctrico del Barrio de la Salud
Las Palmas: