La cartografía histórica es un elemento significativo muy interesante a la hora de entender nuestro pasado. El valor de estos documentos gráficos a veces no solo viene determinado por la información descriptiva que aporta de un territorio sino que, en ocasiones, incluye además una cuidada representación artística.
Tal es el caso del plano de Las Palmas realizado en 1686 por el polifacético Pedro Agustín del Castillo, documento fundamental para entender cómo era la ciudad en las postrimerías del siglo XVII y, a la vez, obra de gran belleza. Su sorprendente coloreado a la aguada y sus delicadas líneas nos presentan con precisión tanto el tejido urbano (calles, plazas, edificaciones de todo tipo, caminos, acequias y otros interesantes detalles) como un complicado relieve topográfico. La representación gráfica resultante es de una naturalidad casi fotográfica.

El autor, Pedro Agustín del Castillo y Ruiz de Vergara (Las Palmas de Gran Canaria, 1669-1741) nació en el seno de una de las familias más ricas de la élite de Gran Canaria. Recibió una educación muy completa y esmerada, mostrando gran afición desde temprano por las matemáticas y el dibujo. Más tarde fue un estudioso de la técnica militar y un bibliófilo empedernido, lo que le llevó a reunir una magnífica biblioteca. Ocupó cargos de relevancia en los órganos de poder de la Isla: alcaide del Castillo de la Luz, alférez mayor de Gran Canaria, regidor perpetuo del Cabildo y corregidor interino, entre otros cargos. Pedro Agustín del Castillo murió el 3 de mayo de 1741, a la edad de 72 años. Su vida, su obra y su saber enciclopédico lo convierten en una figura intelectual de primer orden del Barroco tardío en el Archipiélago.

Es sorprendente que Pedro Agustín del Castillo elaborara este plano de Las Palmas (junto a una veintena más de descripciones cartográficas de todas la islas y de algunas otras localidades), con tan solo diecisiete años, para ser incluido en su libro manuscrito de 1686 Descripción de las Yslas de Canaria.
El plano nos presenta la ciudad dentro de lo que hoy pudiéramos llamar su “perímetro histórico”: al naciente (ORIENS), el Atlántico (LA MAR); al poniente (OCCIDENS), riscos y montañas; y tanto por el norte (SEPTENTRIO) como por el sur (MERIDIES), murallas defensivas. En el centro, el gran tajo del Guiniguada dividiendo la población en sus dos barrios principales: Vegueta y Triana. En la parte inferior izquierda vemos una cartela con leyenda donde 19 números nos detallan los elementos más representativos del lugar.

En la parte izquierda, si miramos de frente al documento, tenemos Vegueta, y en su mismo centro la catedral de Santa Ana (I) con su plaza y fuente pública escoltada por los edificios nobles de las Casas Consistoriales, cuya ala izquierda ocupaba la Real Audiencia (2), mientras que la derecha servía al Consejo municipal, con su cárcel en la planta baja. A la izquierda, la Casa Regental, residencia de los regentes de la Audiencia. Ambas edificaciones se comunicaban a través de una galería sobre la calle para el tránsito de los togados. En el costado bajo de la plaza vemos el Palacio Episcopal, reconstruido a partir de 1629.

Junto a la Catedral observamos la antigua huerta, ahora transformada en el patio de los Naranjos, espacio que comunica con el interior del templo por medio de la Puerta del Aire, obra de sillería azul labrada hacia 1635 por el cantero Juan Lucero. El jardín se encuadra por las construcciones de la Sala Capitular, Contaduría, Sala de Arcas y otras dependencias menores. Al otro lado del templo vemos el antiguo hospital de San Martín (3), edificio de dos plantas con claustro, con la iglesia del Sagrario adosada, cuya fachada da a la plaza del mismo nombre, donde se realizaban representaciones teatrales y actos lúdicos celebrados en fechas señaladas.
Si seguimos el plano hacia el interior nos encontramos con la ermita del Espíritu Santo (4), ubicada aquí tras su traslado desde extramuros. Cercano tenemos el convento de monjas bernardas recoletas descalzas de San Ildefonso (5), fundado por el obispo Cristóbal de la Cámara y Murga. Las primeras monjas llegaron aquí desde Sevilla, quedando en clausura en el nuevo convento desde el 11 de abril de 1643. El edificio de planta cuadrangular, con dos alturas, claustro central y cubierta de tejas. Al otro lado de la calle nos topamos con la Inquisición (6), fábrica que contaba con sala de audiencia, capilla y cárcel. Podemos apreciar en su jardín una fuente. No está consignada la sede del colegio de los Jesuitas, situada hoy en la misma calle, al haberse establecido la orden de San Ignacio de Loyola en la ciudad una década después de la confección de este plano. Lo que sí aparece, algo más alejado, es el convento de Santo Domingo (7), bajo la advocación de San Pedro Mártir. Fue totalmente reconstruido en 1610 y su fachada principal se asoma a la plaza de su mismo nombre. Hacia el sur, en los confines del barrio, se consigna la ermita de Nuestra Señora de los Reyes (8), desde donde partía, por una puerta abierta en la muralla, el camino hacia San Cristóbal y el resto del sector meridional de la isla.
En la línea de costa del barrio, entre dos reductos defensivos (el del Cristo al sur y el de la calle de los Balcones al norte), encontramos otro convento (no olvidemos que estamos en plena Contrarreforma). Se trata del de San Agustín (9), abierto unas décadas antes de la confección del plano. Vemos su iglesia y su claustro con fuente en el centro, espacio hoy ocupado por el actual palacio de justicia. El último elemento que Pedro Agustín del Castillo destaca en Vegueta es la ermita de San Antonio Abad, edificación original que funcionó durante los primeros años de la ciudad como centro neurálgico. Este templo sería totalmente reformado en la mitad del siglo XVIII.
Desde San Antonio Abad, a través de la Herrería y de la conocida por aquel entonces plazoleta de la Cruz Verde (cruz que aparece dibujada en el plano al borde del barranco), pasamos por el puente de piedra sobre el Guiniguada hacia Triana. Allí encontramos la ermita de los Remedios (11), con su campanario y su pequeña plaza. Observamos también la rectitud de la calle Mayor de Triana cuyo desarrollo prolongado en segunda línea paralela al mar llega hasta la ermita de San Telmo, ya con edificaciones a ambos lados.

En esta zona, algo más hacia el interior, nos hallamos con el extenso solar ocupado por el convento de las monjas de Santa Clara (12), llamado también de San Bernardino de Siena, fundado algo más de veinte años antes de la confección del plano sobre el solar que una vez ocupó la residencia de Bartolomé Cairasco de Figueroa. Las primera monjas que allí se alojaron fueron seis procedentes del convento de Santa Clara de La Laguna. El edificio, según vemos, constaba de doble claustro y templo con fachada a la plaza de San Francisco, donde encontramos la iglesia del mismo nombre (13) y su convento para frailes. Observamos en él un espacioso claustro y una huerta posterior, donde se aprecian los frutales regados por la acequia que discurría por esta parte alta de la población. Más hacia el oeste, casi a los pies de la montaña de San Francisco, queda señalada la ermita de San Justo y Pastor (14), patronos de los labradores, erigida allí desde 1536.
Al borde de lo urbanizado en Triana, hacia el norte, aparece un nuevo convento, esta vez el de las monjas Bernardas de la Concepción (15). Se trata de un enorme edificio, el mayor del plano, dividido en cuatro claustros cerrados por dos plantas y recorridos por magníficas galerías. La iglesia vemos que es de una sola nave orientada su fachada hacia el sur, donde encontramos una amplia plaza.
Ya alejado, en medio de campos, en la zona septentrional del barrio y cercano a la muralla, se sitúa el Hospital de San Lázaro (16). Destaca su gran planta cuadrangular y su patio central para el esparcimiento de los enfermos. Vemos la iglesia, sin comunicación con el exterior para evitar contagios, emplazada en el ángulo suroeste del recinto. En esa misma vertical, cerca de la línea costera, camino del fondeadero, encontramos la reedificada ermita de San Telmo (17) y la adyacente de San Sebastián (18), desaparecida esta última a finales del siglo XVIII. Cerrando el flanco norte de la población aparece la muralla que recorre desde el borde marítimo, defendido por el castillo de Santa Ana, hasta encaramarse, ya en el interior, en la montaña de San Francisco. A lo largo del paredón vemos una plataforma defensiva de planta rectangular y en las faldas del cerro la Casa Mata. En el extremo sureste de la meseta de San Francisco tenemos un reducto dominando la ciudad en altura.
Resulta interesante descubrir cómo queda reflejado el incipiente poblamiento de las laderas que circundan la ciudad. Se aprecian pequeñas agrupaciones de casas que anticipan los barrios que allí se empiezan a desarrollar. Son conjuntos de modestas viviendas levantadas en torno a ermitas, tal como podemos comprobar con la de San Juan Bautista (19), localizada en altura sobre Vegueta, al borde de la acequia que conducía agua a la población.

Pedro Agustín del Castillo realizó también un plano de la zona más allá de las murallas por el norte, terrenos de arenales hasta la Isleta. Observamos cómo el camino que conectaba la ciudad con el fondeadero se desarrollaba en medio de un paraje casi despoblado. En la zona vemos: la ermita de Santa Catalina, ubicada hacia el interior, y el castillo del mismo nombre en la costa. Tras el istmo, en cuya parte occidental destaca el Arrecife (conocido hoy como La Barra) que daba refugio a embarcaciones tal como aparece en el plano, nos encontramos con la vieja fortaleza y la ermita de Nuestra Señora de la Luz; cerca, un mesón que servía a los marineros que frecuentaban el fondeadero; y por último, la casa del guarda en medio de una naturaleza en estado salvaje.
El plano de la ciudad de Las Palmas levantado por Pedro Agustín del Castillo en 1686, como queda comprobado, es un fantástico documento para entender la historia de Las Palmas posterior al desastre de la invasión holandesa de finales del XVI. Su perspectiva a doble página nos presenta un núcleo poblacional reconstruido y ordenado, donde las diferentes edificaciones (religiosas, civiles y militares) se despliegan formando un entramado urbanístico funcional que se mantuvo casi inalterado durante siglos.
Si quieres conocer algo más sobre los diferentes puntos que se nombran en el plano, solo tienes que clicar en los enlaces de cada uno de ellos.








