El ámbito de la alta cultura musical en Occidente estuvo vinculado desde la Edad Media a la iglesia cristiana. Las capillas de música de las catedrales fueron las encargadas del fomento de los aspectos musicales de la liturgia. Su repertorio era estrictamente religioso y debía interpretarse en el coro de las catedrales para la feligresía aunque, en contadas ocasiones, también podían abordar música profana para celebraciones u homenajes a destacados personajes. Las capillas estaban formadas por grupos de cantantes e instrumentistas dirigidos por un maestro de capilla, cuya función, además de la interpretación, abarcaba también la enseñanza, copia y difusión del arte musical.

Desde el mismo momento que se puso en marcha la diócesis en Las Palmas, tras la finalización de la conquista de la isla en 1483, la catedral bajo la advocación de Santa Ana contó con su propia capilla de música. El personal en un primer momento fue foráneo y se interpretaba la polifonía de los mejores autores flamencos, españoles e italianos de entonces: Josquin des Préz, Morales, Victoria, Palestrina, entre otros. Durante la segunda mitad del siglo XVI comienzan a aparecer cantores e instrumentistas canarios. Destacamos a Bartolomé Cairasco de Figueroa, que tocaba con destreza el clavicordio, cantaba de forma aceptable y componía villancicos, madrigales y chanzonetas que insertaba en sus propias obras teatrales; también a Ambrosio López; o a Luis de Armas, “tañedor” de los nada menos que cuatro órganos que había por entonces en la catedral. Lamentablemente, nada nos queda de este periodo al haber sido arrasada y pasto de las llamas la ciudad tras el ataque holandés de las huestes de Van der Does en 1599.
Durante el siglo XVII la capilla musical de Las Palmas vivió una etapa de reconstrucción. Nuevos músicos e instrumentos se fueron incorporando a las incipientes técnicas exigidas por el Barroco, implantándose los repertorios policorales tan en boga en la Europa del momento. Destacamos, de este tiempo, a autores de la talla del sevillano Juan Bautista Pérez de Medina, contratado en 1608 y administrador de la diócesis hasta su muerte en 1649, y al portugués Manuel de Tavares, llegado a la isla en 1639.

A lo largo de los últimos años del siglo XVII y comienzos del siguiente la capilla contó con la dirección del extraordinario maestro Diego Durón (1653-1731), músico que no sólo fue un notable compositor de obras de gran relevancia (muchas de ellas con características folclóricas canarias), sino también un enorme pedagogo musical. Le sucedió en el cargo otro gran maestro, el valenciano Joaquín García (1710-1779), compositor de formas muy a la moda del barroco italiano. García dejó un discípulo aventajado: el canario Mateo Guerra (1735-1791), cantor primero, luego organista de la catedral y compositor de varias obras de interés. La capilla canaria en ese momento no estaba ni mucho menos a la zaga en materia musical con respecto a las demás de la Península, por el contrario, se encontraba a la vanguardia y siempre atenta a las nuevas tendencias musicales que aportaban los músicos que por aquí recalaban.
De manera paulatina este auge musical se fue desvaneciendo. Los últimos años del siglo XVIII y primeros años del XIX fueron tiempos muy difíciles para la Catedral de Las Palmas. La disminución de las rentas catedralicias llevó en 1828 a la desaparición de la Capilla de Música de la Catedral de Las Palmas. Sus trescientos cincuenta años de historia nos han legado un rico archivo musical en el que se custodia una enorme colección de obras, muchas de gran calidad; auténtico tesoro, casi escondido, de nuestro patrimonio cultural.
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