Es poco conocido que la fragata HMS Bounty, famosa por haber sido escenario de uno de los motines más célebres de toda la historia de la navegación, estuvo durante los primeros días del año 1788 en Santa Cruz de Tenerife. Su escala aquí fue el prolegómeno de una apasionante aventura que ha servido como inspiración para múltiples relatos y algunas películas cinematográficas.
La Bounty era un buque de tres palos, 28 metros de eslora y 7,5 de manga, que en mayo de 1787 la Royal Navy británica habilitó para realizar una importante expedición científico-práctica, patrocinada por la Royal Society. El objetivo principal era trasladar desde Tahití, en el Pacífico Sur, plantas del árbol del pan hasta las posesiones británicas de las Antillas, para una vez aclimatadas allí, alimentar con su fruto a los esclavos de las plantaciones de Jamaica y otras colonias inglesas del Caribe.
La expedición zarpó el 23 de diciembre de 1787 de Spithead, cerca de Portsmouth. Llevaba a bordo cuarenta y cinco hombres, dos de ellos botánicos, todos bajo el mando del teniente de navío William Bligh, navegante experimentado que había servido una década antes bajo las órdenes de Cook en su último viaje al Pacífico. A los pocos días de navegación la embarcación sufrió las inclemencias de un terrible temporal. Bligh decidió tomar puerto en Santa Cruz de Tenerife, lugar que ya conocía de viajes anteriores. El plan era reparar daños y obtener refrescos. La Bounty fondeó en la rada santacrucera el 6 de enero de 1788. Durante los cinco días que permaneció en Santa Cruz, Bligh escribió en su diario algunas opiniones muy interesantes sobre la ciudad; de manera especial, sobre el Hospicio de San Carlos, establecimiento que le impresionó favorablemente por la labor social que desempeñaba, muy acorde con los ideales ilustrados del momento de los que él era partícipe.
Tras su reparación y avituallamiento, la Bounty zarpó de Santa Cruz el 10 de enero de 1788 rumbo al cabo de Hornos. Una serie de enormes tormentas le impidieron el paso por el extremo sur de América, por lo que enfiló hacia el cabo de Buena Esperanza. Desde allí atravesó el Índico y posteriormente, con escala en Tasmania, se adentró por el Pacífico hasta llegar, por fin, el 26 de octubre a Tahití; diez meses después de su salida de Tenerife.
Con la aquiescencia de los nativos, los botánicos de la expedición se pusieron a la tarea de cultivar la planta del árbol del pan. La estancia de la tripulación en Tahití a lo largo de cinco meses fue muy placentera. Aquello era un paraíso para los rudos marineros ingleses: buen tiempo, comida en abundancia, gente pacífica y, sobre todo, compañía de mujeres.
Tras lograr el objetivo, el 1 de abril de 1789, la Bounty, cargada con 1.015 brotes de árbol del pan, zarpó de Tahití para su largo viaje de regreso. Los hombres en muchos casos se lamentaban por la pérdida de su cómoda vida allí. Menos de un mes más tarde de la partida, el 28 de abril, cuando la expedición estaba a la altura del archipiélago de Tonga, se produjo el motín. Fletcher Christian, suboficial de la tripulación, se deslizó en el camarote del capitán Bligh y con ayuda de varios compañeros, lo inmovilizó. Los motivos de la rebelión nunca quedaron claros. Por un lado, se adujo el mal trato que Bligh dispensaba a la tripulación; por otro, el descontento de algunos hombres por desavenencias personales con el capitán. Lo que sí conocemos con certeza es que tras la toma del barco por los amotinados, se decidió que Bligh y el resto de sus hombres leales fueran abandonados en medio del océano en una lancha de siete metros de largo. En ella se “acomodaron” diecinueve hombres. Se les dio comida y bebida para varios días, un sextante, una brújula, tablas náuticas y una caja con herramientas, junto con algunas armas blancas arrojadas al bote en el último momento.
Los abandonados, comandados por Bligh, demostraron una extraordinaria pericia marinera y un enorme instinto de supervivencia. Mantuvieron el rumbo en el mísero bote bajo condiciones muy adversas, evitando barreras de arrecifes y recalando en peligrosas islas pobladas por nativos hostiles. Llegaron en muy mal estado el 12 de junio de 1789 a Kupang, colonia neerlandesa de la isla de Timor, tras recorrer 3.600 millas y haber realizado la proeza de subsistir durante más de cuarenta días. Una vez a salvo, fueron trasladados a Batavia (actual Yakarta), donde esperaron un buque que los llevara de vuelta a Europa.
Por su parte, los amotinados en la Bounty al mando de Fletcher Christian, después del abandono, pusieron rumbo hacia la pequeña isla de Tubuai, situada aproximadamente a 650 km al sur de Tahití. Ahí intentaron establecerse al resguardo de cualquier represalia, pero la mala recepción de la población nativa y el fuerte descontento entre algunos miembros del grupo amotinado, que lo que deseaban era volver a su paraíso perdido, decidió a Christian poner rumbo hacia Tahití. Allí desembarcaron dieciséis hombres; los nueve restantes, junto a una veintena de polinesios (seis hombres y el resto mujeres, una de ellas con un bebé) prosiguieron viaje en búsqueda de un lugar apartado donde esconderse. Lo encontraron el 15 de enero de 1790. Se trataba de la remota y deshabitada isla de Pitcairn, situada a más de 2.000 km al oeste de Tahití, en medio de la nada. Christian y los suyos, seguros de no ser encontrados, desmantelaron la Bounty para construir cabañas con su madera y fundaron una colonia perdida en medio del océano Pacífico.
Cuando en Inglaterra se enteraron del motín, inmediatamente enviaron al buque HMS Pandora para dar caza a los rebeldes. La expedición de castigo, al mando del temido capitán Edward Edwards, llegó a Tahití el 23 de marzo de 1791 y en cuestión de pocos días los catorce supervivientes de la Bounty que allí permanecían se habían rendido o habían sido capturados. El Pandora permaneció cinco semanas en Tahití y luego varios meses más navegando por numerosas islas del Pacífico en búsqueda de la Bounty. Edwards, al no hallar rastro del barco fugitivo, decidió en agosto iniciar su viaje de regreso. Días después, el Pandora naufragó en la Gran Barrera de Coral australiana, llevándose al fondo a cuatro prisioneros de la Bounty y a nada menos que treinta y un tripulantes. Los supervivientes embarcaron en un bote, iniciando un viaje que siguió en gran parte la ruta de Bligh dos años antes. Arribaron milagrosamente, con prisioneros atados de pies y manos, a Kupang el 17 de septiembre. Desde aquí, con escala en Ciudad del Cabo, llegaron por fin a Inglaterra, donde los amotinados fueron juzgados: cuatro absueltos al quedar demostrado que no participaron en el motín y que habían sido retenidos en contra de su voluntad. Los seis acusados restantes fueron declarados culpables y condenados a muerte por ahorcamiento; dos de ellos fueron indultados en extrañas circunstancias (posiblemente pagaron por su perdón); los otros cuatro fueron colgados del mástil del HMS Brunswick en el muelle de Portsmouth el 29 de octubre de 1792.
Por lo que respecta a los fugitivos instalados en la isla de Pitcairn, nada se supo de ellos hasta dieciocho años después de su arribada a aquel remoto lugar. Fue gracias a un buque cazador de focas estadounidense, el Topaz, que en febrero de 1808 se encontró por casualidad con esta apartada isla. La tripulación americana halló una comunidad mestiza, descendientes de europeos y polinesios, con un solo superviviente inglés: John Adams. Se supo entonces que los amotinados al principio aprendieron a sobrevivir, pero las enfermedades y la violencia provocaron la muerte de la mayoría de los europeos a causa de las disputas por las mujeres y por el reparto de las mejores tierras. Años más tarde, en 1814, la marina inglesa arribó a Pitcairn y se consideró que el encarcelamiento de Adams, veinticinco años después del motín, ya no tenía sentido. En la actualidad, la población que allí vive es descendiente de aquellos colonos. La isla sigue siendo uno de los territorios más remotos del planeta.
Esta es la apasionante historia de la Bounty. No es de extrañar que haya fascinado a generaciones enteras. Julio Verne la convertiría en un relato corto, Lord Byron la transformaría en poema, y para otros muchos ha sido fuente de inspiración para diversas obras literarias y versiones cinematográficas.
La breve estancia de la Bounty en Santa Cruz de Tenerife en su extraordinario periplo y la narración que su capitán, William Bligh, nos dejó sobre la ciudad, la puedes encontrar en el siguiente enlace: