La noche del 29 de marzo de 1842 la ciudad de Las Palmas vivió un aciago suceso: un devastador incendio destruyó el antiguo edificio de las Casas Consistoriales, una magnífica construcción de más de tres siglos de antigüedad y de notable valor artístico. Esta joya arquitectónica del tránsito del gótico al renacimiento, prototipo de las sedes consistoriales de la España de la primera mitad del siglo XVI y de las que más tarde se levantaron en la América hispana, desapareció llevándose consigo una buena parte de la historia de la ciudad y también de la isla al perderse, pasto de las llamas, el importante archivo municipal.
Faltaban pocos minutos para las diez de la noche de ese martes 29 de marzo de 1842, tercer día de pascua de Resurrección, cuando alguien dio la voz de alarma. Un incendio comenzaba a destruir la edificación situada en la parte alta de la plaza de Santa Ana que albergaba el consistorio, la Real Audiencia y también la cárcel, entre otras dependencias. Las autoridades, en un primer momento impactadas ante la grandeza del desastre, reaccionaron con torpeza e improvisación y con apenas tiempo suficiente para salvar algo de valor. Las llamas se propagaron rápidamente por las vigas de madera del artesonado, desplomándose este de inmediato. La situación era la de un auténtico infierno.
Desde el sótano se oyeron los gritos desesperados de los presos allí recluidos, en las galerías bajas orientadas hacia la plaza del Espíritu Santo. Un piquete de la Milicia Nacional derribó el muro y pudo sacar a los reclusos. Fueron trasladados, encadenados, al antiguo y cercano Palacio de la Inquisición.
Mientras tanto, en la plaza de Santa Ana los vecinos puestos en fila comenzaron a acarrear agua de la cercana atarjea principal, pero las llamas eran tan extraordinarias que pese a los esfuerzos desplegados no hubo nada que hacer. Hacia las seis de la mañana todo había acabado. De uno de los edificios más antiguos y significativos de la ciudad solo quedaban en pie algunos muros. El panorama en el interior era desolador: cenizas y crepitar humeante de los rescoldos. No hubo que lamentar ninguna desgracia personal; los daños materiales fueron incalculables.
Dadas las características del suceso, se sospechó desde el primer momento, aunque con poco fundamento, que el incendio había sido provocado. Se rumoreaba que existían intereses por hacer desaparecer ciertos documentos y estados de cuentas del Ayuntamiento. Las conjeturas se agrandaron cuando se comprobó que, tras el incendio, la caja de caudales se encontraba totalmente vacía y con un agujero por el que se suponía que habían extraído el dinero. Las sospechas recayeron en el secretario de la corporación, Carlos de Grande (o Grandy) y Caviedes, que de inmediato fue acusado formalmente de provocar el incendio y robar el dinero. No obstante, tras pasar nueve meses en prisión, el 23 de mayo de 1843 fue declarado inocente por falta de pruebas.
El desastre del incendio de las Casas Consistoriales tuvo dos grandes consecuencias para la ciudad: por un lado, desapareció una edificación única de incalculable valor histórico; y por otro, el fuego abrasó gran parte de la historia de Las Palmas y por extensión de toda la Isla, ya que allí se custodiaban los principales archivos públicos. Pero, afortunadamente no todo se quemó. Se pudo recuperar, milagrosamente, la documentación de la Audiencia y también el libro de Reales Cédulas, conocido como el Libro Rojo, de gran relevancia histórica y jurídica para la historia de Canarias, al contener gran parte de las provisiones y reales cédulas otorgadas a Gran Canaria por los Reyes Católicos, la reina Juana, Carlos V y Felipe II.
El impacto del incendio fue demoledor. El Ayuntamiento y Audiencia se trasladaron a la antigua sede de la Inquisición. El Ayuntamiento pronto hubo de mudarse de nuevo al Palacio Episcopal primero y más tarde al antiguo convento de San Agustín. No obstante, como siempre ha ocurrido a lo largo de su historia, la sociedad de Las Palmas rápidamente reaccionó con brío ante la adversidad. Dos días después del suceso, el 31 de marzo de 1842, el alcalde Bernardo González de Torre se puso al frente de una comisión encargada de levantar la nueva sede que acogiera las Casas Consistoriales. Tras catorce años de dificultades, el flamante edificio que hoy podemos admirar fue por fin inaugurado el 29 de abril de 1856.
Si te interesa esta historia y quieres conocer algo más sobre estas edificaciones y su entorno, sólo tienes que acceder a los siguientes enlaces:
- Antiguas Casas Consistoriales
- Casas Consistoriales
- Ruta Galdosiana: El Consistorio
- Plaza de Santa Ana
- El Libro Rojo de Gran Canaria