La invención de la imprenta por Johannes Gutenberg a mediados del siglo XV supuso una verdadera revolución en el transcurso del devenir humano. Significó un cambio histórico, cultural e intelectual de enormes consecuencias. Desde entonces, el libro impreso ha sido durante siglos un extraordinario objeto capaz de facilitar la conservación y la trasmisión del saber en todos los ámbitos de la vida.
Canarias tuvo que esperar hasta mediados del siglo XVIII para la aparición de su primera imprenta. Anteriormente a su llegada, todos los libros y papeles impresos que existían en las islas habían sido importados desde diversos lugares. En una sociedad en general poco ilustrada y con escasos recursos materiales, el libro en aquel momento era un artículo de lujo para unos pocos que sabían leer; para muchos otros analfabetos, era superfluo. Con todo, antes de la llegada de la imprenta ya existían por aquí algunas colecciones bibliográficas dignas de mención, la mayoría en manos de instituciones eclesiásticas (Biblioteca del Seminario Conciliar de Las Palmas, bibliotecas catedralicias y bibliotecas conventuales), o bien de una minoría de personas adineradas (los Nava-Grimón, entre otras familias) con contactos en el exterior, desde donde llegaban volúmenes que en muchas ocasiones se saltaban el estrecho control de la Inquisición.
El panorama comenzó a cambiar con la llegada a Santa Cruz en 1750 de la primera imprenta instalada en Canarias. Vino de la mano de un sevillano, Pedro José Pablo Díaz Romero. De su prensa, al parecer traída ya algo gastada por el uso, salieron los primeros textos oficiales impresos en Canarias: formularios, cédulas y algunos libros de devoción. Todo muy modesto y de una calidad bastante mejorable.
Fue durante el agitado siglo XIX cuando la imprenta, como elemento difusor de las diversas corrientes ideológicas del momento, tuvo su época de máximo esplendor. La libertad de imprenta llegó a ser un derecho por el que luchar en aquel tiempo. Existieron casi sesenta establecimientos tipográficos en Canarias entre 1750 y 1900, de los que podríamos destacar nombres señalados como: Bonnet, Isleña y Benítez, en Santa Cruz de Tenerife; o Mariano Collina, La Verdad, La Atlántida, en Las Palmas de Gran Canaria. Estos talleres funcionaron como auténticas referencias sociales, altavoces de tendencias políticas expresadas en los distintos periódicos que publicaron, difusores culturales de importantes obras literarias y facilitadores de la vida moderna con la puesta en circulación de impresos mercantiles y oficiales.
A finales del siglo XIX nuevas técnicas se imponen en el mundo de las artes gráficas. Fotografías, primero en blanco y negro y más tarde en color, comenzaron a incorporarse a los distintos documentos impresos. Pero los avances evolucionaban tan rápidamente que poco a poco se empezaron a dejar atrás los talleres con sus cajas de letras sueltas, los componedores, los clisés, las linotipias, las ramas, las galeras, las pinzas y la estereotipia, dando paso a las nuevas y sofisticadas máquinas de impresión.
Hoy, en plena era digital parece que el papel está en regresión. Esto es así, aunque todavía el libro impreso sigue siendo el principal soporte de la cultura y de la comunicación científica. De hecho, casi toda la información que hemos consultado para realizar este trabajo que ahora mismo estás leyendo en el ordenador o en cualquier otro aparato electrónico, ha sido extraída de libros y de papeles impresos.
Te invitamos a darte un paseo por las principales imprentas que una vez existieron en las capitales canarias. Talleres que fueron verdaderos difusores de ideas, de modos sociales, de obras literarias y, en definitiva, de cultura en su amplio espectro. Para ello, sólo tienes que acceder a los siguientes enlaces:
En Santa Cruz:
Las Palmas:
Imprenta de Víctor Doreste y Navarro
Imprenta de Francisco Martín González