Santa Cruz de Tenerife experimentó a finales de 1972 un hecho histórico de gran relevancia para su desarrollo como ciudad y cuyas consecuencias todavía hoy siguen dando frutos. Poco se ha valorado el acontecimiento, no muy conocido, del 30 de diciembre de 1972 por el que la capital tinerfeña duplicó su superficie apta para el asentamiento urbano. Aproximadamente 1.500 hectáreas (casi una tercera parte) del municipio de El Rosario fueron cedidas a la capital para que ésta pudiera desarrollar su crecimiento expansivo como principal ciudad de la isla.

La ciudad de Santa Cruz en la década de los sesenta del siglo pasado, en pleno “desarrollismo”, se había quedado encajonada entre las montañas de Anaga, la vecina ciudad de La Laguna y el Atlántico. Solo era posible, tras saltar las barreras del territorio industrial de La Refinería y el militar de Hoya Fría, crecer hacia el sur; hacia el municipio limítrofe de El Rosario. Las primeras conversaciones para hacer posible la cesión de los terrenos tuvieron lugar a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado. La corporación capitalina presidida por el alcalde de entonces, Pedro Doblado, llegó a un compromiso con la alcaldía de El Rosario y su alcalde Elías Bacallado. En 1968 ambas corporaciones llegaron a un principio de acuerdo que fue definitivamente sancionado, tras no pocas dificultades jurídicas y administrativas, por el Ministerio de la Gobernación el 13 de agosto de 1971. Algo menos de año y medio más tarde se hizo efectiva la histórica donación de los terrenos. Santa Cruz, siempre en deuda con El Rosario, experimentó un considerable “estirón”.
La capital ganó para su desahogo y crecimiento 15 kilómetros cuadrados que abarcaban desde las medianías hasta la línea costera. Once mil habitantes que tenían su residencia en los núcleos del Sobradillo, Tíncer, Barranco Grande, Llano del Moro, El Tablero, El Chorrillo y Santa María del Mar, cambiaron de un día para otro de municipio. Gran parte del terreno cedido era fértil y en algunos lugares se contaba con una vegetación autóctona con ejemplares de cardones y tabaibas dignos de admiración. Por otro lado, este territorio fue profusamente ocupado en su momento por población aborigen, como lo demuestran los numerosos yacimientos por allí repartidos. La zona también cuenta con un valioso legado etnográfico ligado a las ancestrales labores del campo, como lo atestiguan los interesantes vestigios agrarios (molinos, haciendas, campos de labranza, etc.), aspecto importante que ha perdurado a pesar del ritmo urbano que cada vez más se ha ido imponiendo con el paso de los años.

Pero donde Santa Cruz sacó mayor provecho fue en la planificación y posterior urbanización de los grandes espacios desocupados que fueron destinados tanto a usos industriales como residenciales.

Hoy en día toda esta zona se ha convertido administrativamente en el Distrito Suroeste de la capital. Más de cincuenta mil personas residen en la actualidad en él. A los asentamientos existentes en el momento de la cesión se han ido añadiendo otros nuevos. Así, a lo largo de estos cincuenta años han surgido: La Gallega, Alisios, Acorán y, de manera especial, el interesante experimento urbanístico y social que configura el barrio de Añaza, lugar destinado desde su comienzos a la construcción casi en exclusiva de vivienda pública.

Si quieres conocer algunos aspectos y lugares interesantes de este sector que desde hace cincuenta años ha enriquecido de múltiples maneras a la capital chicharrera, solo tienes que acceder a los siguientes enlaces:
– Cueva sepulcral y de habitación del barranco de El Chorrillo
– Biblioteca Pública Municipal José Saramago
– Estadio Insular de Atletismo
– Mural en honor a Manolo Mena